San Juan de los Reyes

SAN JUAN DE LOS REYES

Fue Isabel de Castilla quien mandó construir este monumento, templo votivo y memorial a la vez de la victoria obtenida el 1 de marzo de 1476 en los campos de Toro (Zamora), al derrotar los ejércitos de Fernando de Aragón a la facción contraria que favorecía a los secuaces de Juana la Beltraneja, presunta hija de Enrique IV, apoyada por las pretensiones al trono de Alfonso V, rey de Portugal.

Fue esta victoria la que abrió a Isabel las puertas de su glorioso reinado y en Toledo quiso dejar memoria histórica, a la vez que lugar sagrado donde sepultar sus restos mortales y los de su esposo.

Se ha llegado afirmar que San Juan de los Reyes es el primer monumento de Toledo que no adopta la más leve señal del arte árabe o mudéjar, queriendo defender con ello que su estilo pertenece a la gran corriente occidentalista que invadió Castilla a mediados del siglo XV.

La innovación que el arte gótico-flamenco supone, no sólo para Toledo sino para toda la cultura española de la época de los Reyes Católicos va hacer de San Juan de los Reyes un monumento muy peculiar, consiguiendo hacer de él la obra más representativa de un arte nuevo y original, arte que será llamado hispano-flamenco, conocido también por arte isabelino.

Es por este tiempo cuando la dirección artística de Castilla pasa a manos de canteros extranjeros que, educados en sus talleres de orígenes, difunden por España las nuevas formas flamígeras, como son los arcos conopiales, las tracerías y la decoración minuciosa de carácter naturista y flameada.

La obra supuso cerca de 30 años de edificación, habiéndose comenzado en 1477 y terminándose alrededor de 1505. Figura como arquitecto principal Juan Guas (1433-1496), el mejor representante del estilo hispano-flamenco, natural de Saint Polde-León, en la bretaña francesa. Estuvo casado con Marina Álvarez en Torrijos.

A la muerte de Juan Guas fue llamado Simón de Colonia (1450-1511) nacido en Burgos, para informar y dar trazas para la terminación de San Juan de los Reyes. Su importancia es paralela a la de Juan Guas en Toledo, corriendo de su parte la terminación del monumento isabelino.

Las obras continuaron con el albor del siglo XVI, muerta la reina, interviniendo Carlos V y posteriormente Felipe II, terminándose el Claustro alto, rejas de la iglesia y retablo del altar mayor con el primero, y portada del monasterio con el segundo.

Posteriormente con la guerra de la Independencia (1808) y la posterior desamortización y exclaustración (1836) tanto el monasterio como la iglesia y claustros quedaron lastimosamente dañados y en parte ruinosos, con lo que en 1883 se inició la obra de restauración a cargo del arquitecto D. Arturo Mélida.

Se entregó el monumento a la Orden Franciscana en 1954 y la iglesia se abrió al culto en 1967.